La “revolución verde” y el fin de la agricultura familiar en América Latina

Los cultivos transgénicos están en plena proliferación en América Latina, agravando los problemas que presenta el sector del agro en el continente.La “revolución verde” en el contexto latinoamericano – región que padece del desigual reparto de la superficie cultivable y elevadas tazas de pobreza rural – no consigue presentar soluciones viables para impulsar el desarrollo integral del campo latinoamericano y sus habitantes.

 

 

 

 

 

 

 

A pesar de las denuncias que presentan organizaciones campesinas, biólogos o funcionarios de organizaciones internacionales, la expansión de las formas de cultivo transgénicas e intensivas están en plena auge.

En Costa Rica se estudia la posibilidad de introducir cuatro nuevas variedades de maíz transgénico, en Paraguay se abrió el camino para cultivos variedades de maíz, soja y algodón que poseen genética alterada.La Asociación Peruana de Consumidores y Usuarios (ASPEC) advirtió que “no existen datos de que se produzcan alimentos transgénicos, sí se importan diferentes tipos de alimentos transgénicos de otros países”. En Brasil, Argentina y Chile y en varias naciones de Centroamérica bajo la lema de la modernización del sector agropecuario y su adecuación al mercado internacional se está llevando adelante un proyecto que profundiza la dependencia del agro de insumos, técnicas y al fin del mercado exteriores.

Las raíces del proceso se remotan en los períodos coloniales, aunque el problema se agudiza tras la Segunda Guerra mundial, cuando el capital transnacional de creciente manera subordina a si mismo los recursos mineros, agropecuarios y forestales del continente americano. El control de dichos reclusos se llevó a cabo mediante un riguroso y metódico control previo de factores políticos, financieros, y militares de dichos países.

Por lo que aboga falsamente la “revolución verde” es la necesidad de acabar con la agricultura denominada “de subsistencia”, aumentar la productividad y mejorar el acceso de los a los mercados internacionales de las materias primas procedentes de Latino América.

Sin embargo lo que hoy se nos presentan como agricultura de subsistencia, es una forma de producción agrícola, familiar y sostenible, con gran utilidad socio económico. Cuyo impacto ecológico se puede considerar mínimo comparado con el modelo impulsado por las transnacionales.

La agricultura familiar es justamente lo que su nombre indica, familiar y de subsistencia – los productos cultivados para el auto sustento, la alimentación de las propias comunidades, haciendo uso de técnicas y semillas autóctonas de la zona. Lo que es muy importante es ver que la agricultura familiar consituye la principal actividad de las comunidades rurales, por lo que es el eje básico alrededor del que se organiza la sociedad rural.

El hecho que cuya actividad productiva sea de baja eficiencia se debe a su dependencia de insumos y técnicas impuestas por la competencia en los mercados internacionales.

El fenómeno fue claramente reconocido en, y por Europa, ya que entre los marcos de la Política Agrícola Común, el “campo europeo” aparece como un patrimonio cultural a conservar, La agricultura no es simplemente un sector productivo que responde a criterios de eficiencia y eficacia medibles en beneficio en metálico – cuya importancia fue reconocida como pilar en la conservación de las comunidad rurales, en la de la biodiversidad y las especies autóctonas, valores claramente superiores a los intereses económicos de los grandes conglomerados empresariales. A raíz de las nuevas investigaciones que confirman que los productos genéticamente modificados (GMO) causan tumores en ratas de laboratorio, numerosos países europeos – entre ellos – Hungría destruyeron cultivos de Monsanto y prohibieron la entrada de semillas GMO en su territorio nacional.

Es paradójico, que la misma Europa promueva y exiga de América Latina la proliferación de un modelo agropecuario – que a cuesta de la rentabilidad máxima – provoque graves desequilibrios ecológicos y contribuya a la expansión de la pobreza rural.

La economía latinoamericana orientada hacia los mercados foráneos – en concurrencia con los países desarrollados – obliga a los productores latinoamericanos a cumplir con criterios de productividad y rendimiento difícil de acomodar sin graves desequilibrio socio ecológicos.

Por otra parte organizaciones como la Fundación Ford, la empresa Monsanto, el Banco Mundial o la Fundación Rockefeller contribuyeron a la expansión de técnicas y métodos que satisfacen las exigencias del negocio internacional, pero paralelamente destruyen el tejido social de las zonas rurales de América Latina.

La producción intensiva somete la agricultura de la región en dependencia de insumos, tecnología – cuyos proveedores son empresas de países desarrollados – y con la destrucción de la agricultura familiar, de manera paulatina abrirá nuevos mercados para sus productos alimentarios elaborados.

Los fenómenos que acompañan el proceso son drásticas. La desaparición de la semilla nativa, como caso del maíz en México, Costa Rica – las fumigaciones masivas de las zonas sojeras como sucede en Paraguay – que multiplican los casos de cáncer en las comunidades rurales. La intensificación de la expoltación de los recusos naturales conlleva la disminución de la demanda de mano de obra, por lo que azota los trabajadores rurales con altas tasas de desempleo.

Podríamos mencionar también el caso extremo – el suicidio masivo de campesinos a causa de la revalorización de la superficie cultivable y los sofocantes créditos agrícolas que acaban con todo horizonte de sustentabilidad y crecimiento de los pequeños agricultores latinoamericanos, de manera que el campesino literalmente se queda al borde de extinción física al igual que la fauna y flora con la que comparte su hábitat natural.

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